Reseña de Taonga: Granjas, colegas y piñas con propósito
Llegué a la isla Taonga pensando que sería el típico juego clicker de plantar maíz y dar de comer a cuatro gallinas. En vez de eso, me vi resolviendo acertijos, cambiando caña de azúcar por reliquias antiguas y, sin querer, criando más alpacas de las que debería permitirse la ley. Todo empieza como un tranquilo simulador rural, pero pronto empiezan a caer sorpresas: trozos de aventura, reliquias de jungla random, economía de trueque y un barrio de vecinos que es mucho mejor de lo que imaginé. ¿Pensando en mudarte? A ver en qué lío te estás metiendo.
Sin querer, monté un imperio de piñas
Taonga empieza como deben empezar todos los desvíos tropicales serios: carta rara, barco sospechoso, promesa de terreno gratis. Me imaginé tumbado a la bartola, cogiendo un coco o dos. Nada de eso. Cinco minutos dentro, atando cabos y construyendo un embarcadero. ¿A la hora? Molinos de viento, alpacas, y más cocos de los que podía contar.
Aquí no se anda con rodeos. Un momento recoges piñas. Al siguiente, despejas selva y cambias cuentas de colores con locales que claramente ocultan algo. Tiene pinta de granja, pero no lo es. Es una cadena de islas repleta de secretos. Y sí, tu barra de energía va a terminar llorando.
Granjear aquí viene con misiones pirata de regalo
Vale, aquí la agricultura importa. Pero olvídate del estrés de plantar, cosechar y repetir. Cultivas trigo, sí, y horneas tartas. Luego usas esas tartas para ganarte el favor de un pirata que huele a azúcar requemado y solo aparece cuando se te acaban los mangos.
No cultivas por amor al arte. Aquí plantas porque alguien necesita reparar una balsa para la fiesta lunar, o porque la trama te lo pide con cualquier excusa. Es un caos, pero funciona.
Todo está conectado. Que si cosechar, desbloquear edificios, fabricar herramientas, planear viajes en barco... No es un juego de alta estrategia, pero sí tiene lo justo para mantenerte el coco despierto. Además, el mar de fondo se ve espectacular.
Explorar islas: ahí está el truco
Taonga parece que te quiere quieto. Pero en dos tardes ya estarás saltando de isla en isla.
Cada isla nueva es un mini delirio. Un rato traduzco enigma en tablillas de piedra; al siguiente, persigo a un loro adicto a la papaya. No son simples mapas de recursos; tienen gracia propia. Y alguna tortuga marina que pasa de todo y reclama la playa como suya.
Vas curioseando, te llevas tesoros raros y vuelves con trastos que ni sabías que necesitabas. Eso mantiene el bucle divertido.
Aquí manda la energía
Todo gasta energía. Aclarar un trozo de hierba: diez. Derribar un árbol: veinte. Ese arbusto raro y maldito: treinta mínimo. La energía se regenera con tiempo… o a base de smoothies, suficientes como para que tu dentista siga financiando el yate.
Al principio, ni tan mal. Te organizas, te crees listo. Luego aprieta, y bien. Te metes en la jungla, te faltan cinco pasos para acabar una misión… y boom, no queda ni chispa.
Sí, hay tienda con packs y boosters. Pero no es insistente, que se agradece. Vas entre esperar, planear, o devorar tu alijo de chucherías tropicales.
Alpacas, talleres y cosas raras que hacer
Los animales son monos. Pero también un poco chungos de lo que producen. Pollos, cabras, vacas... y las alpacas. Demasiadas alpacas. Son el soporte de toda la economía isleña.
Dales de comer. Hazles carantoñas. Recoge el pelo. Y con eso, a producir mermelada en serie. Lo típico de una granja, vamos.
Cuando llegan los talleres, primero es pan. Luego mermeladas. Lo siguiente: elaborando tartaletas para merchants errantes a cambio de maderas exóticas. No sé por qué, simplemente funciona.
Que si hilar, forjar, montar una línea de gelatinas... Suena a lío, pero termina encajando como un LEGO isleño y caótico. Y tú, descalzo con chanclas, ahí al mando sujetando todo con cinta de carrocero.
Tus vecinos molan bastante
Hay multijugador, más o menos. Puedes visitar fincas de amigos, mandar regalos, pasar energía. Poca presión, todo buen rollo.
Lo mejor: cotillear. En el ranking puedes espiar cómo gestionan otros su isla. Hay quien decora sus setos como un parque temático. Otros lo convierten en una fábrica de vacas. Sinceramente, ambas cosas inspiran y dan pelín de miedo.
No tienes ni que hablar. Pero si lo haces, mola. A veces un vecino justo tiene ese recurso imposible que te falta. Te salva. Le mandas un smoothie. Todos ganan.
Cuando te quedas seco
Inevitablemente, y digo inevitablemente siendo generoso (a la hora de juego), te quedas sin energía. Las plantas van lentas. El barco está de viaje de tres horas a saber dónde. Has alcanzado la temida "pausa forzosa".
Pero ahí está la gracia.
Taonga no quiere que lo revientes de una sentada. Es más bien… un snack digital. Entras, haces cuatro cosas, y te sales. Respeta tu tiempo, incluso cuando está a punto de liarte con un último click.
Sí, la cosa va lenta a medio plazo. Desbloqueas islas, el ritmo baja salvo que seas de los de hoja de cálculo… o tengas la visa calentita. Pero como juego de fondo, para ir a tu bola, está perfecto.
Sin sobresaltos, solo buenas vibras
Visualmente, todo es sol y chiringuitos de fruta. Nada empalagoso. Buen rollo. Animales adorables. Habitantes medio grillados con frases geniales. Las misiones, ligeritas pero con encanto.
Nada de combates. No hay temporizadores ni eventos que te suban la tensión. Haces mermelada. Zarpeas a islas misteriosas. Le llevas jade a una abuela pirata jubilada. Es caos suave, y eso le sienta estupendo.
Si te va el rollo de construir islas relajadas pero ligeramente absurdo, aquí tienes para rato.
Conclusión: Del maíz al culto isleño
Pensé al instalarlo: “Total, plantaré unos tomates”. Dos semanas después, saco tartaletas en cadena y monto hogueras ceremoniales para una deidad en forma de tortuga. No es para estar orgulloso. Tampoco pienso parar.
Eso es Taonga. Se te mete dentro. No por ser épico, sino por las alpacas. Demasiadas alpacas.
¿Buscas hostias o loot del endgame? No es esto. Pero si quieres un mundo rarito al que entrar media hora, smoothie en mano y cero preocupaciones, lánzate a montar tu imperio piñero. Ya notarás cuando te haya enganchado.
Eso sí… haz acopio de snacks.